¿Pero qué manera de vivir es esa?
En cajas apiladas hasta el cielo con ventanas siempre tapadas por cortinas. Al abrirlas encontras la cara del vecino en el balcón; el sol horizontal del oeste cegando la visión; o la mirada ajena desde la vereda.
¿Perdimos la capacidad de vivir una vida íntima? ¿La ciudad actual nos impulsa a la exposición? ¿A la comparación? O es más básico y triste: a nadie la importa cómo vivimos, cómo se gestan las ciudades y los arquitectos no saben por dónde sale el sol.
Ni los primeros hombres hicieron cajas tan carentes de sentido para vivir. ¿Leyeron el último verbo? VIVIR, ¿qué más? ¿Qué puede ser más relevante?
Miro el edificio frente a mi terraza: unas 200 ventanas exactamente iguales en su dimensión y posición, tapadas en su mayoría por black out (liso, blanco, sin movimiento, estático, sin vida), otras, más austeras, por cualquier tela o papel de cotillón. Puedo imaginar la prolongación de las aristas de esas ventanas en línea recta formando un prisma apaisado que es, en su interior ¿tal vez una casa?
Dejame desconfiar que esa caja sea una guarida.
La cueva, nuestra primera expresión separatista de la intemperie del mundo, fue una protección.
Dejame soñar que volvemos al principio,
Que valoramos la vida,
Y hacemos hogares a su medida.
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