Hace un tiempo siento ganas de escribir acerca de los nuevos modos de habitar, y como siempre, postergo la necesidad de lo deseado por lo inmediato, lo que me interpela AHORA.
Miro el calendario, lo tengo puesto en junio por más que estemos a viernes 29 de mayo. Surreal que estemos a mitad de año y lo mismo el hecho de que ahora, que estamos las 24 horas encerrados, sin tener que trasladarnos a nuestros trabajos ni a fiestas con amigos, sigamos viviendo sin tiempo del presente, parados en el futuro, planificando.
En la academia auguramos ya cuatro tipos de año posibles, y por más que todos los calendarios fallaron, seguimos apostando a saber por dónde ir, por donde caminar.
No hay camino.
Personalmente la idea me encanta, pero con pandemia y todo, seguimos viviendo en un mundo donde hay que dar respuestas a pesar de lisa y llanamente no saber.
Al principio de este proceso, por marzo de este año, estaba entre alarmada por los viajes que no fueron (y que a esta altura considero tampoco serán) y entusiasmada por los libros que tendría tiempo de leer (ilusa de mí). Me tomaba los domingos de un sol otoñal para amasar, cocinar y almorzar a las 16hs. El sueño de una vida de estudio de pronto era posible, llena de silencios, biblioteca, introspección.
Reemplacé rápidamente esa maravilla oportuna por la misma locura de siempre, esta vez “puertas adentro”. Inclusive me pregunto cómo volvería a esa vida de la cual sólo extraño callejear (mi espacio público preferido) y los encuentros con amigos y familia. Y es que necesitamos seguir comiendo, y tener internet, y para eso hay que trabajar.
En el medio vivimos, como podemos.
Pero: ¿cómo queremos vivir hoy?
En las últimas evaluaciones de materias previas que tomé en el colegio donde trabajo, una de las preguntas mediadas por Zoom era: ¿Qué datos duros tendrías en cuenta para proyectar HOY?
Nadie nombró siquiera la pandemia, el aislamiento, el confinamiento, lo que necesitamos que sea una casa hoy en día, sinónimo de recreación, trabajo, cine, gimnasio, plaza, restauran, introspección, dormitorio, y de paso HOGAR.
¿Es que nos empecinamos en hacer de cuenta que nada sucede? Quizá si indagara en neurociencia encontraría algún nombre para este comportamiento cerebral. Desde el punto de vista de la educación, aventuro que el problema es perseguir los mismos objetivos sin importar el proceso de aprendizaje.
Esos espacios que dejábamos vacíos todo el día, esos espacios que eran simplemente dormitorio (y me refiero a la casa entera y no sólo a la habitación), ahora deben ser todo, versátiles, lo suficiente para pasar de admitir música y actividad física a sesión de terapia aislada del resto que viva con uno.
Hace unos meses, en la vida que llamamos común, escribí acerca de los co-living, y me tomé el tiempo en este encierro de indagar un poco más al respecto. Qué pasa hoy con toda esa evolución en los modos de vida, de entender que el espacio que habitamos vale por su calidad y no por la cantidad de m2. Justo cuando comenzábamos a cambiar la connotación de tener por la de usar… COVID 19, y todos los esfuerzos por un mundo colaborativo, con variados ejemplos de espacios comunes de gran calidad complementados por espacios privados más pequeños y de menor importancia se retrotrajeron a la espera de que cese el miedo. Ahora la pregunta es quién habita y cómo los espacios públicos en vez de los privados. Vuelve a desequilibrarse la balanza, se re-significa el espacio propio, y no encuentro sinónimo para privado, ¿será excluyente? Ese lugar habitado por un grupo selecto y de relaciones familiares en el mejor de los casos, lo que en política llamaríamos gobernado por la oligarquía. En ese lugar no entran otros pensamientos, se corre el riesgo de aislarse mentalmente en una burbuja de “confinamiento higiénico”. Cómo vamos a pensar distinto, cómo vamos a debatir, cómo vamos a defender ideas que no son interpeladas. No puedo hablar ni pensar en vivienda sin relacionarlo con el habitar, y eso me lleva constantemente a la certeza de que no sabemos cómo habitar hoy, ni hacia dónde queremos ir, y por tanto las “casas”: ¿qué forma tendrán? Cómo podemos aventurarnos en formas desconocidas desde esta ignorancia acerca de nuestra vida, sin siquiera frenarnos de una vez en el presente.
Me aturde ver cómo profesionales y estudiantes transcurrimos clases con las mismas premisas que antes, en vez de usar ese espacio para la generación de conocimiento o al menos de preguntas…
¿Podremos continuar la contracorriente que el paradigma feminista pre-covid ofrecía a los modos de habitar la ciudad y las viviendas? ¿Continuaremos expandiendo los espacios colaborativos, interpersonales, o nos confinaremos aislados tras una pantalla dependiente de #Fibertel?
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